Malditos sean...los que se mojan poco cuando llueve

Cuando era bebé lloraba para conseguir lo que quería, lo que necesitaba, lloraba para avisar algo, o hacía otros sonidos de alerta. Con leche, mimos, y un cambio de pañales me calmaba...como todos los bebés.

Cuando empecé a hablar nació el verbo querer. Quiero esto, quiero aquello. Por supuesto, no todo lo que quería me lo daban, e inevitablemente un NO como respuesta me llevaba a las lágrimas. Pero por las dudas, lloraba, pataleaba, para ver que pasaba.

Al tiempo comenzó el inevitable...Por qué? Pregunta que acompaña al NO, como el pan a la manteca. Y mi vida comenzó a ser una duda gigante. Las respuestas nunca convencen cuando no son tangibles, cuando no las vivimos. Y sí, uno se quema porque necesita saber que la plancha quema. No bastaba que me digan que no tenía que meter los dedos en el enchufe ni que me expliquen que comerme todas las aspirinetas me iba a hacer mal. No. No era suficiente, entonces lo hacía igual. Para darme yo misma la respuesta.

De adolescente no sabía si quería un sí o un no, no sabía que quería ni que dejaba de querer, probaba para saber que era lo que en definitiva quería. O me quedaba con las ganas, por miedos, prejuicios, y muchos NO se me venían a la mente, y muchos por qué dejé de preguntar.

Hoy, ya no tengo que llorar para pedir algo. Hoy me duele creer que tengo más respuestas que preguntas. Tengo menos prejuicios y miedos más serenos. Hoy no necesito tocar la plancha para saber que me voy a quemar.

Hoy lo hago para saber que estoy viva.